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Javier del Granado

Poeta, hijo de Félix A. del Granado, nació en Cochabamba el 27 de febrero de 1913 y falleció en esa misma ciudad en 1996. Realizó sus estudios básicos en Cochabamba: Casi toda su juventud la pasó en su propiedad agraria de Colpa, Arani. Presidió la Sociedad de Escritores y Artistas de su ciudad natal de 1947 a 1954. Fue Mantenedor de los Juegos Florales en 1946; a partir de los Juegos Florales de La Paz, 1943, Javier del Granado fue laureado en varios certámenes de esa índole, habiendo recibido la Flor Natural, el Laurel de Oro y la Banda del Gay Saber, hasta 1950, siendo galardonado con el título de Maestro del Gay Saber. Asimismo recibió otras distinciones internacionales, como el "Cesar Vallejo", de Lima; el "Rubén Darío", de Buenos Aires; al igual que la Medalla al Poeta Continental y una Corona de Laureles de Oro, que le otorgó en 1965 y 1966 la Organización Mundial de Poetas Laureados, con sede en Manila (Filipinas); en tal virtud, el Gobierno del General Barrientos le impuso la Corona de Laurel de Oro, en 1965. Fue Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua.

Sus principales obras son: Rosas Pálidas (1939), poemas; Canciones de la Tierra (1945), poemas; Cochabamba (1959), poemas; Evocación del Valle, (1964), poemas; La Parábola del Águila (1967), poemas; Antología Poética de la Flor Natural (1970), antología de los poetas laureados; Romance del Valle Nuestro (1972), poemas; Del Crepúsculo y el Alba (1973), poemas; Vuelo de Azores (1978), poemas; y Cantares (1989), poemas.

 

 

 

 

LA CASA SOLARIEGA

 

Mordiendo la granítica quebrada

se yergue la casona solariega,

alba de sol, con la pupila ciega,

y su techumbre de ala ensangrentada.

 

Con rumores de espuma la cascada

sus vetustas murallas enjalbega,

y en luminoso tornasol despliega

su cola el pavo real de la cañada.

 

Su arquitectura colonial evoca

la altiva estampa de un hidalgo huraño,

que vivió preso en su cabeza loca.

 

Un Gran Danés en el portal bravea,

y se desborda el mugidor rebaño,

atropellando la silente aldea.

 

 

 

EL HORNO

 

Combando el cielo en olorosa tierra

alza su nido el laborioso hornero,

que convierte las pajas en lucero,

y en miel, el barro que su pico aferra.

 

Por eso el hombre que en su ser encierra

todo el saber del universo entero,

con gran acierto lo imitó al hornero,

y horneó en el horno, el trigo de la sierra.

 

Bendice Dios, la casa en que se amasa,

y en el hogar hay un calor de nido,

si a cada niño se le da su hogaza.

 

Y si Natalio brinda a su familia

pascual cordero y pan recién cocido,

¡canta el horno en campanas de vigilia!

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