top of page

Juan Manuel Aragon

Telefonito

 

A don Andrés Gigena.

 

Afuera llueve a cántaros. Estos días me pongo nostálgico, pienso en mi vida, en lo que pudo haber sido, en lo que no fue y en lo que —para mi bien o para mi mal— podría ser. Se me aparece nítida la figura del Yeti, a quien la abuela le puso Alberto, sólo porque fue el único que se le ocurrió cuando lo bautizamos. Entusiasmados porque el cura lo consideraba cristiano, no pensamos un nombre para ponerle y como en muchas ocasiones, la vieja nos sacó del paso, ¡Alberto!  En poco tiempo se convirtió en el hermano menor que no habíamos tenido, ese que uno trata de hacerle comprender cómo colarse en la cancha o qué decirle a una mujer para enamorarla. Entre otros asuntos, claro.

Mientras, en las baldosas coloradas las gotas forman globitos, señal de que va a llover mucho. Y se me viene a la mente la Mabel, ¡ay!, tanto que la quise. Pienso en algunos detalles de nuestra relación que fueron limando los puentes de entendimiento entre nosotros. No quiero pensar que el entusiasmo por Alberto fuera el culpable de nuestro desapego final. Entendió que el otro también necesitaba de atención y cariño. Al final nos veíamos tan poco tiempo que dejar fue un simple trámite: devolverse las fotos, esos trámites que exigen las mujeres cuando se van de la vida de uno.

Hace un rato me he asomado para ver las nubes, el sur viene cargado. Es posible que siga lloviendo hasta quién sabe qué hora de la noche. El Yeti hace años que regresó a su pago, de vez en cuando escribe por el telefonito de mano o manda una foto. Dice que trabaja en una gruta haciendo asustar a documentalistas australianos. El gobierno de Nepal le paga fortunas por una aparición de pocos segundos. Todo un país vive de sus furtivas actuaciones, casi siempre corriendo para no dejarse ver. Y de los escaladores del Everest.

Este último año he juntado monedita por monedita para irme al Nepal de visita. Quiero saludarlo, tener noticias suyas de primera mano. En una de esas ver si me puedo quedar aunque sea un tiempo porque, aunque no crean, ese pago me gustó mucho. Dice que ya va teniendo como cinco hijos, todos parecidos a él, menos uno, igualito a la Mabel.

Tiritando de frío. Los Quiroga.

 

 

 

 

Guitarreros

 

Para Carlos Llanos.

 

Un día nos dimos con que hablaba muy bien, pronunciaba las palabras como nosotros, hacía gestos parecidos y hasta insultaba de la misma manera. Pero nunca en ese tiempo de aprendizaje le habíamos preguntado por su pago, sus costumbres, lo que hacía allá y cómo fue que decidió venir con nosotros, al fin y al cabo unos desconocidos.

Suponíamos que había tenido una vida de escondite en escondite en las montañas del Nepal cada vez más exploradas por escaladores y turistas. Ellos, tan tímidos y retraídos, salían solamente de noche a ver si hallaban algo de qué alimentarse, una liebre, bichitos y ramas de los árboles, qué más va a hallar en medio del hielo, ¿no? Los pocos que tomaban contacto con la civilización, lo hacían por medio de esos que van filmar documentales que, por alguna extraña razón prefieren hacer fotos y películas movidas y mal hechas antes que tomas bien hechas, de frente. Es de imaginarse que quieren dejar el misterio sin resolverse para que todos los años les presupuesten una nueva expedición, con viáticos y todo el resto.

Al principio fue un triunfo hacer que saliera a la calle, porque claramente aquí era diferente al resto de la gente. De a poco se fue acostumbrando, primero lo sacábamos de noche a veredear con la familia, después lo empezamos a llevar al centro: el único drama es que nos cobraban dos boletos, por su tamaño, ¿ha visto? Y al final se hizo de amigos, lo llevábamos al baile del club sábado por medio, iba al mercadito con la abuela, le cargaba las bolsas y algunas veces le dábamos que hiciera mandados livianos: comprar un cuarto de bizcochos en la panadería, llevarle la plata a la costurera que nos arreglaba los pantalones, decirle al sodero cuántos sifones tenía que dejar. A todo se adaptó, con decirle que se acostumbró a usar ojotas, como todo el mundo.

Una noche que habíamos comido un asado con los amigos y fallaron unos guitarreros que alguien había contratado para que tocaran algo, tuvimos que conversar entre nosotros. No recuerdo si fue el abuelo o Damián el que le consultó: “¿Qué extrañas de tu pago?”. Se puso a relatarnos su vida con muchos detalles. Tres horas estuvo hablando. Después nos fuimos a dormir.

Pero, otro día le cuento.

Olfateando tortilla. Canal Melero.

bottom of page