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Martín Bunge

AMOR INESPERADO

 

 

Facundo caminaba por la vereda de la Plaza sarmiento del brazo de Mariela haciendo gala por la hermosura de la joven. A mitad de cuadra, Matías sentado en una especie de cantero, hacía alarde ante unos amigos allí reunidos, de la cantidad de novias que tenía. Este alcanzó a ver a su compañero de trabajo y al querer saludarlo, Facundo dio vuelta la cara y haciéndose el distraído, le decía algunas palabras al oído de su novia. Esta respondía con unas risitas que le iluminaban el rostro. Matías no dijo nada y sintiendo un poco de envidia, por dentro deseó tener en sus brazos a esa joven no importándole la amistad que los unían. A la distancia, contempló el contorno de las caderas que hacían un juego armonioso entre la altura y el caminar, el pelo rubio y largo llegándole a la cintura lo había obnubilado. Los ojos  de Mariela lo dejaron como estático, sin palabras, desarmado ante tan profundo celeste. Nunca la había visto, no sabía de su existencia. Se juró que esa mujer sería de él. Al otro día, un lunes, se encontraron en el trabajo y mientras atendían a los clientes, compartían opiniones sobre el encuentro casual en la Plaza. De esta manera, Matías, supo del nombre y apellido de la mujer de sus sueños. Pasaron varios días y de casualidad comentándole a su hermana del amor que le aquejaba, esta le dijo que la conocía porque era prima de su mejor amiga María de los Ángeles. A Matías se le iluminaron los ojos. Ya tenía el principio de la futura historia de amor. Averiguó el teléfono y comenzó la caza sin llegar a acosar a la hermosa rubia. Su verborragia hizo que consiguiera una cita en una confitería en La Banda. Aprovechaban la ocasión ya que Facundo jugaba un partido de fútbol haciendo goles imposibles. El encuentro de los infieles fue como un choque eléctrico. Matías jugaba otro partido, su ego contra el amor. Pocas palabras fueron suficientes para que ambos encontraran sus almas unidas. Ella, totalmente desconcertada, luchaba interiormente sin saber el resultado final de esa experiencia. Se preguntaba si estaba enamorada de los dos. Uno le daba paz y armonía. El otro era fuego puro dentro de sus venas. Las noches se le hicieron interminables hasta que un domingo, aprovechando el viaje de sus padres a Tucumán, invitó por separado a los dos a su casa. El mate con tortilla justificaría esa tarde un encuentro en dónde se aclararía la rara situación. Facundo era el único que ignoraba lo que pasaba aunque se afligía por ciertos comportamientos de la muchacha. Hoy lunes por la mañana, los padres encontraron a su hija Mariela, colgada por el cuello, muerta, atada a una soga al ventilador del techo del living. Debajo de ella, una escalera tijera caída y mas allá, en el sillón grande, Facundo, como dormido, tenía un vaso casi vacío con un líquido de color ambarino. Llegó la policía y los investigadores llegaron a la conclusión de que tanto Mariela como Facundo se habían suicidado. En una mesita ratonera también había otro baso con restos del líquido de color ambarino. Matías, se encontraba inconsciente muy grave en terapia intensiva de una clínica. Los médicos hacían todo lo posible por sacarlo con vida de la intoxicación por el veneno ingerido. El amor lo estaba matando

 

 

DOS QUE SE VAN

 

    Salió del nosocomio y el frío golpeó su rostro. Caminó hasta la esquina observando los árboles desnudos. Sus vestimentas estaban esparcidas por la vereda y la calle. Estas danzaban su ritmo preferido. A la vez, se escuchaban los sones que iban de los grabes a los agudos que provenían del choque tétrico del pentagrama formado por el cableado de luz y el alucinado viento. Una que otra ventana de los edificios actuaba como espectador ente la soledad del pavimento. Detuvo su marcha, giró la cabeza en dirección de una de esas ventanas, que según sus cálculos, daba a la habitación de su madre que luchaba en contra de la incertidumbre. Un sabor salado degustó su lengua cuando la pasó por sus labios. Siguió sus pasos recordando aquellas caricias que gozaba su cabeza cuando era niño. Así, dormía junto a lo fantásticos sueños de que era Tarzán o Superman. Llegó a la parada del ómnibus justo cuando este llegaba para llevarlo al destino marcado por la vida. El frío se hacía más intenso y no supo por qué los recuerdos se le amontonaban y fluían como cataratas desesperadas por llegar a los llanos. Trajo a la memoria la bandeja con el desayuno y un despertar juvenil y gozoso para comenzar el día. De pronto, volvía a sentir ese frío que no había experimentado. Ahora los recuerdos volaban a un pueblo donde supo vivir en medio de montañas y olivares. Pero. . . por cada recuerdo, más frío tenía. Cuando llegó a su morada, se abrigó aún más poniéndose una frazada cubriendo totalmente la campera polar. En esos momentos, lo único que deseaba era acabar con el frío. Como pudo, metió su mano derecha en el bolsillo y sacó un pequeño frasco vacío. Se dio cuenta que en algún momento había tomado todas las pastillas. Lo último que hizo fue levantar su cabeza y ver que el reloj de pared marcaba las doce y cuarto. En otro lugar, el médico de la clínica dejó constancia en el libro de guardia que a las doce y quince horas de esa misma madrugada, la paciente Ángela había dejado de existir. La incertidumbre se presentó encarnizada en dos sombras de distinto color.

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