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Edgardo Urtubey

La Pelo de Oro

 

El casamiento de la Mary Sosa con Juancito Figueroa fue el feliz corolario de un singular romance que nos tuvo por testigos de privilegio. La fiesta se hizo en las Termas de Río Hondo, un mes de diciembre, allá por los años sesenta. Ese verano la familia Sosa cuidaba el Hotel Cervantes, ahí paramos Puka y yo, que vinimos de Vinará en nuestras motos. A la madrugada, un poco aburridos del casorio, algunos perdularios nos reunimos y con la guía profesional de Samano Sosa decidimos ir de putas.

 

Samano se había criado en Vinará bajo la férrea disciplina que reinaba en la casa del tío Julio. Sacaba agua del pozo para animales y plantas, traía leña del monte, cuidaba las majadas, mantenía los cercos, ayudaba en las tareas de siembra y recolección, hacía las compras de almacén, era el campeón de la máquina de moler maíz y de la piedra de afilar, oprobiosos mecanismos de parecido agobio. Su agotadora jornada comenzaba bien temprano y terminaba a la noche, con el lavado papal de los pies del tío Julio realizado en una palangana al efecto.

Cuando los Sosa se establecieron en las Termas, triunfó la genética sobre los años de educación  forzada, Samano en poco tiempo se convirtió en un alegre pervertido que fumaba y bebía en exceso y conocía en profundidad el ambiente pesado del juego y de la noche.

 

El argumento era el debut sexual de Piri, el más chico de la barra. Hicimos un recuento del escaso efectivo que pudimos reunir entre todos y vimos que no alcanzaba ni para un abrazo fraterno así que volvimos a la fiesta que ya se diluía en sus finales y en un canasto pusimos con disimulo lo que pudimos rescatar, sánguches de miga, masas, dos botellas de sidras, todo venía bien. Puka llevaba en su Gilera un par de pasajeros bamboleantes, yo cargué al guía en mi Broadway.

 

Desde niños habíamos escuchado a los mayores hablar de la mítica Pelo de Oro, nombrada así por su cabello esplendorosamente rubio. Reina de la noche, varias generaciones habían pasado entre sus famosas piernas. Decían que despachaba clientes con un quejido y dos caderazos. No me llamó la atención que todavía viviera pero si que se mantuviera en tan penosa actividad. En fin, Samano aseguraba que estaba en óptimas condiciones y no había porque dudar de la palabra del experto.

 

Fuimos hacia el norte por la Ruta 9, en las afueras de la ciudad Samano ordenó entrar a la derecha, la luz mortecina de la moto iluminaba apenas un sendero de tierra desdibujado. Pero el guía no dudaba, con una mano en la que titilaba el eterno cigarrillo, indicaba enérgicamente el rumbo a seguir. Detrás nuestro, a pocos metros, se escuchaba el ronquido profundo y regular de la Gilera. Finalmente llegamos a un humilde rancho, por una puerta de tablitas se traslucía una tenue luz interior. No había nadie, golpeamos las manos, saludamos en voz alta y esto desencadenó un coro de ladridos irritados en los alrededores. Yo, que no estaba muy seguro de los beneficios de la expedición, sugerí que nos fuéramos a la mierda sin más trámites. El guía se negó en forma terminante, hizo un generoso trago de vino de la botella que traía en la mano, prendió el enésimo cigarrillo, dijo "Espérenme aquí" y se perdió en las sombras. Los ladridos fueron acallándose, empezaron a escucharse los grillos y los sapos, allí estábamos bajo la inmensa noche estrellada, respirando el olor a nafta de las motos. Aprovechamos para dar locas instrucciones al debutante.

 

Desde que Piri había confesado no conocer mujer en forma unánime consideramos un deber ineludible subsanar esa falencia y que mejor que la larga experiencia de la Pelo de Oro para tal fin. El candidato estaba nervioso como testigo falso y la información que le brindábamos no contribuía precisamente a calmar sus inquietudes. Que le iba a arder el pito, que lo iban a lastimar los pelos de la chucha, nos meábamos de risa como los grandes boludos que éramos.

 

Estábamos en eso cuando silenciosamente se materializó a nuestro lado el guía acompañado de una veterana bajita y rubia. La Pelo de Oro, que había estado de visita en un rancho cercano, inspeccionó con ojos de halcón el contenido del canasto, escuchó sin mayor interés mi comentario entusiasta sobre el debut, estiró una mano que parecía una garra para recibir el escaso efectivo. Empujó la frágil puerta del rancho, adentro había apenas una cama desordenada y una mesa en la que ardía débilmente una lámpara de querosén. “Que pase el primero” dijo en tono profesional. Naturalmente, todos empujamos a Piri que se resistió tenazmente argumentando un momentáneo problema de erección. Hubo algunos cabildeos, la Pelo dijo clarito que no tenía toda la noche así que entró Puka que ya entonces era un obrero del sexo y en unos minutos salió sonriendo y acomodándose la ropa. Otra vez insistimos con Piri que volvió a pedir cambio de turno. Así fuimos pasando, la Pelo se tiraba de espaldas en la cama desordenada y abría el batón debajo del cual no llevaba nada. Mientras uno desarrollaba la pertinente actividad los demás nos amontonábamos en la puerta, fascinados por la celebración del antiguo rito del sexo. En algún momento entré yo y para ser sincero, de afuera parecía mas lindo. A causa de sus remilgos el debutante quedó último, la Pelo lo recibió con mesurada alegría quizá porque terminaba su tarea, quizá porque entre todos habíamos conseguido calentarla un poquito.

 

Piri sonreía flojamente sin saber que hacer, la Pelo le quitó la ropa diestramente, su ojo experimentado evaluó el porte del miembro, le auguró sinceramente una feliz vida sexual, lo agarró del cogote y lo metió entre su piernas...¡esa era la Pelo!, susurrando dulces obscenidades, moviendo las caderas con su vieja magia. A través de las tablitas vimos como, en cierto momento, Piri se olvidaba de la tribuna, enderezaba el cuerpo y empezaba a serruchar con ganas.

 

En ese instante arrancó rugiendo la Gilera y se escuchó la voz del hijo de puta de Puka gritando “¡La policía....!”, salimos de atropellada en la oscuridad, se abrió con violencia la puertita del rancho y apareció Piri con los ojos desorbitados, totalmente desnudo y abrazando la ropa. Cuando encaraba el oscuro sendero a lo loco y con Samano bamboleándose en la grupa escuché las risotadas de Puka y en seguida las puteadas de la Pelo de Oro mandándonos a todos al carajo y trancando la puerta de manera definitiva.

 

Piri se fue vistiendo por el camino, estuvimos riéndonos hasta el amanecer pero no desatendimos la parte pedagógica del asunto, al llegar al hotel le aconsejamos con gran seriedad que se masturbara "para limpiar la cañería y evitar contagios", tarea que cumplió con seriedad y esmero en varias oportunidades, favorecido por la terrible calentura de la juventud.

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